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La INTERCESIÓN divina sin cesar

  • Foto del escritor: F. E. Lizana A.
    F. E. Lizana A.
  • 19 mar 2021
  • 6 Min. de lectura

“No temerás (...)ni mortandad que en medio del día destruya”. (Salmo 91:5,6).




Han ocurrido muchas tragedias desde los comienzos de la humanidad, ya sea por intervención del hombre o otras por consecuencias naturales. Algunas están registradas en la historia humana, con adjetivos de horribles e inexplicables, con millares de pérdidas de vidas humanas, dejando una estela de dolor y sufrimiento por décadas, quedando grabada en la memoria de los sobrevivientes de forma indeleble, que ha sido traspasada a varias generaciones.


En esta última parte de la historia, cada día nuestro planeta se torna más más peligroso, donde puede ocurrir lo inesperado en pocos minutos, donde podría cambiar toda la historia de las familias y naciones. La palabra de Dios profetizo acerca del estado de cosas en el tiempo del fin; “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos”(2 Timoteo 3:1).


En estos recientes años, toda esta generación recuerda los atentados del 11 de septiembre de 2001 (denominados comúnmente como 9/11 o con el numerónimo 11-S) confirmando así la Palabra de Dios, los días en que vivimos. Fueron una serie de cuatro atentados terroristas suicidas planificados cometidos aquel día en Estados Unidos por 19 miembros de la red yihadista Al Qaeda, mediante el secuestro de aviones comerciales para ser impactados contra diversos objetivos, causando la muerte a alrededor de 3000 personas y dejando a otros 6000 heridos, así como la destrucción en Nueva York de todo el complejo de edificios del World Trade Center (incluidas las Torres Gemelas) y graves daños en el edificio de El Pentágono (sede del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, en el estado de Virginia), siendo el episodio que precedería a la guerra de Afganistán y a la adopción por el Gobierno estadounidense y sus aliados de la política denominada Guerra contra el terrorismo. (https://es.wikipedia.org/wiki/Atentados_del_11_de_septiembre_de_2001).


Podemos recordar algunas otras tragedias consideradas catastróficas de este último tiempo, por su naturaleza y el impacto dramático que ocasionó en su momento:


Grandes catástrofes


1. Fuego del cielo:

La promesa “No temerás... ni mortandad que en medio del día destruya”. (Salmo 91:5,6) también estuvo en vigencia para los moradores de aquellas ciudades de Japón. La declaración de protección y refugio ante un ataque infernal, como ocurrió el 06 de Agosto de 1945, cuando el Enola Gay a las 8:15 am, dejo caer la primera bomba atómica sobre Hiroshima. Instantáneamente en 3 segundos se desintegraron 80.000 cuerpos. Más tarde, el 09 de Agosto, una segunda bomba atómica cayó sobre Nagasaki, muriendo instantáneamente 38.000 personas. Además miles de heridos después de la explosión. Miles muriendo más tarde por el efecto de las radiaciones y quemaduras, y el consumo de agua y alimento contaminados. ¡Fue terrorífico! , para muchos se había iniciado la era apocalíptica. “¡Llovió fuego del cielo!”. Con la empatía profunda de corazón por la desdichada suerte de las víctimas, nos preguntamos, cuantos esa mañana imaginaron que, nunca jamás sabrían lo sucedido, sino hasta el día de la eternidad que, sin juicio previo, ni sospecha de peligro alguno serían barridos de la tierra en fracción de segundos.


2. Terremoto en el sudeste asiático:

Aún tenemos fresca en la memoria, otra tragedia ocurrida en el sudeste asiático, en la mañana del 26 de diciembre de 2004, un terremoto de 9.1 en la escala de Richter y el posterior Tsunami dejo la fatídica cifra de 231.452 personas que perdieron la vida arrastradas por la fuerza del mar. Una catástrofe que aún nos sigue asombrando.


3. El tifón filipino “Haiyan, ocurrido el 2 al 11 de noviembre del 2013:

En estos momentos que escribo, estamos siendo informados del daño ocasionado por el tifón “HAIYAN “que arrasó con todo en seis ciudades principales del archipiélago de las Filipinas que constituyen 7.107 islas con un total área de tierra de aproximadamente 300.000 km². Los muertos suman cerca de 10.000 y los damnificados millares de personas.

Los observadores meteorológicos nos informan que el fenómeno ha sido lo más potente ocurrido en la zona. El clamor de los sobrevivientes, dicen que no es primordial como es lo común en este tipo de evento, de; “tráiganos agua, medicina, ropa y víveres”, sino que, recuperen y saquen los cadáveres lo antes posible de los escombros y debajo de los metros de lodo y barro, porque la descomposición ha comenzado y está siendo corrompido el aire, afectando a la población, especialmente a los niños y bebes. Las autoridades, no dan abasto y están haciendo todo lo posible para reducir el tiempo de trabajo y solucionar ésta, la segunda fase de la catástrofe. Al ver las imágenes y la angustia y lamento de las personas, que perdieron todos sus enseres y bienes, y además sus amados familiares, se nos arruga el corazón. Algunos corazones piadosos elevan una oración al altísimo, para que supla todas las necesidades que hay allí. ¿Qué más podemos hacer desde acá?


La promesa del Salmo 91; “No temerás... ni mortandad que en medio del día destruya”. (Salmo 91:5,6), sin duda que son de gran consuelo y alivio para los creyentes en Dios y su Palabra. Sus promesas descritas de 3.000 años atrás, siguen siendo una protección poderosa, para aferrarnos por la fe a ellas. ¿Porque debemos invocarlas? Porque son muchos los peligros, y seguirán ocurriendo tragedias, y no hay nada que el hombre humanamente pueda hacer para que no sigan sucediendo, sino que con fe y humildad entregarnos a otro PODER superior que pueda socorrernos.


La permanente protección de Dios


Es sorprendente que al repasar las cuatro promesas contenidas en los versículos 5 y 6 del Salmo 91, descubrimos que es doblada la declaración de protección:


a) Versículo 5 dice; “No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día”. , abarca noche y día, y es igual a; veinticuatro horas.

b) Versículo 6 dice; “ ...ni pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya”, abarca noche y día, y es igual a; veinticuatro horas.


El Apóstol Pablo, nos da una noticia alentadora cuando escribió del Señor Jesucristo y su labor ante el trono de Dios en favor de nosotros; “ más éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”. (Hebreos 7:24,25). El Señor Jesús, resucitado y glorificado ministra en el Santuario celestial, ante el Padre a favor de todos; por ti, por mí, y también por los nuestros, si invocamos su poderoso nombre. Pedro apóstol dice; “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. (Hechos 4:12).

De inestimable valor es el consejo oportuno que, al comenzar el día, nuestra primera actividad sea, el de invocar el nombre del Señor Jesucristo y entregarle a él nuestras vidas y nuestro futuro. El Señor Jesús, en dos de sus oraciones nos revela estar apercibidos ante el mal. Al principio de su ministerio, en el Padre Nuestro, nos enseñó a orar; “...Mas líbranos del mal” (S. Mateo 6:13), y en su oración sacerdotal ante de enfrentar la Cruz, clamo al Padre por nosotros de la siguiente manera; “...No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal;”( S. Juan 17:15). La oración de intercesión de Cristo por nosotros, nos anima a no temer “porque él está sentado sobre el circulo de la tierra” y a la diestra del Padre, en el trono de la misericordia, esta Cristo nuestro Salvador.


Dios siempre nos da ánimo, leamos nuevamente; “No tendrás temor de pavor repentino (…) Porque Jehová será tu confianza,(…)”. (Proverbios 3:25-26).


Mi apreciado lector, la intercesión de Cristo es de día y de noche sin interrupción alguna y muy poderosa. Por medio de ella, se mantiene la pulsación de la vida en el universo, y también por ella late el corazón de los ángeles. ¡Qué poder!, ¡qué maravilla!


Cree en la Palabra. Tenga fe en las promesas de refugio y protección divina. Invoca a tiempo el nombre del Señor y un “así dice Jehová”, para que se active el brazo de la omnipotencia, en favor tuyo y tus amados.


El eco de su promesa que escuchas hoy, sea; “Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Salmo 23:4).


 
 
 

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